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Hola. Soy Nelson, y quiero contarte una historia.

 

Hola. Soy Nelson, y quiero contarte la historia de Don Capricho, de Doña Esperanza y sus hijos Aiger, Aitoc, Aisi. Los otros dos son Rait y Leff. ¡Ah! Olvidaba a uno más, cuyo nombre no recuerdo; pero sé que era un corredor y que una mañana decidió levantarse a entrenar, como de costumbre, y nunca más volvió. La gente cuenta que él corrió, corrió y corrió, y no pudo parar; y, bueno, desde entonces está corriendo hasta darle la vuelta a Cuba entera, y llegar de nuevo allí, al mismo lugar, a su punto de salida…

 

Yo no sé hasta dónde esto sea verdad; pero eso dicen la familia entera y todos los vecinos. Dicen también que ellos son un «modelo de familia», aunque imagínate otros patrones que llegué a conocer, y que son una familia cualquiera de la Habana Vieja. Casados desde hace ya unos 33 años, por lo menos, los cierto es que esos muchachos ya no son tan muchachos; pero, chico, pensándolo mejor, eran bien criados, un poco a la antigua; pero bien criados al fin.

 

Esta familia siempre ha sido reconocida como un baluarte de la comunidad. Bueno, la gente piensa que son un ejemplo de dignidad, optimismo, fe, tal vez... aunque uno nunca sabe pa qué bando toquen. Sí, son echaos palante, porque no es nada fácil hacer bien a muchachos que «supuestamente» vienen con problemas.

 

Mucha gente los ayuda; en especial, tres personas que jamás podemos olvidar: el Tío Rolando, quien no sé si es tío de verdad o si solo le dicen tío; pero él es el rey del pan, ¡Dios! ¡Qué pan puede hacer ese tío Rolando! La Nena: ella siempre está allí como apoyo moral, espiritual, de la familia; ella es algo así como La Adivinadora; y Lupe, la doctora de cabecera de la familia entera. Incluso, lo que no sabía Leff de Rait, siendo hermanas siamesas, ella lo sabía… ¡Uy! Creo que esto no te lo había dicho antes; nacieron así, pegadas la una a la otra… Pero eso no fue problema, vecinos todos y ayudándose mutuamente, nada es imposible. Siempre uno u otro por allí, que el del tercer piso, la fulanita de la esquina, hija de…, que si el Todero ─que arregla cosas─, un artesano que se echa bajo la mata a trabajar, todos conocidos entre sí, y yo: el Yuma que por algunos días está por allí y al cabo de un rato se hace parte de la comuna, pero después se va.

 

En este caso, el Yuma vio más de lo que otros pudieron haber visto antes; es decir, viví un acontecimiento histórico que rompió con la cotidianidad y la estructura de tal comunidad. Sí, aunque fuese lamentable, yo puedo decir que también fue conveniente para todos, mirándolo bien. Muchas personas le echan la culpa a Don Capricho. Bueno, no sé si más bien es una consecuencia de su nombre; pero todos dicen que él quería mantener el control de las situaciones, como si estuviera mandando en su casa.

 

El mismo orden que imponía a sus hijos, quería dictar para todos en la comunidad. Y las malas lenguas dicen que lo ocurrido fue parte de su castigo y que por seguirlo pagamos las consecuencias. Otros culpan a Doña Esperanza por no ponerse en su lugar y parar de una vez por todas a su hombre, o bueno, por lo menos amansarlo con ayuda de La Nena o con lo que tiene en medio de las piernas; pero, en realidad, yo que miro todo desde afuera, no veo tal culpa en nadie. Ay, sí, las cosas pasan porque tienen que pasar y punto. Sobre Aiger, Aitoc, Aisi, no creo que alguien les tire culpas por nada; si esos tres muchachos lo que hacen es ir en su coreografía constante a comprar verduras o buscar el pan, visitar a La Lupe o a La Nena; pero en ese afán llegan y se mueven por todos lados.

Y es supercurioso ver cómo el sordo lleva al ciego y el mudo a los otros dos.

 

Son tres personas diferentes; pero tan compenetrados que parecen una sola cosa. Por sus maneras, miradas y textos podría dudar, en cierta forma, de Rait y Leff; porque juntas son una conexión muy fuerte. Cada una hace honor a su nombre, definitivamente: una calcula y la otra crea, esa es la conexión perfecta; sin embargo sé que todos dudan primero de los que están afuera de la casa, aunque sean muy cercanos. Hablo del Tío Rolando, de La Nena y La Lupe.

 

Si te lo digo en corto, se puede describir todo esto como la comunidad antes de y después del gran acontecimiento ─para mí mágico y especial─; pero, para ellos, algo de qué alarmarse, preocuparse, o lo más duro: motivo de discordia entre sí y los otros que intentaron intervenir. Yo les cuento lo que vi yo... Bueno, primero, lo que escuché. Un poco después de apagar la luz del cuarto sentí una explosión muy grande. Era como si un edificio se hubiese desplomado de buenas a primeras, sin lluvia ni craquear antes; un ¡cutuplum!, así de grande. Tardé cantidad en comprender qué era lo que estaba pasando, y otra cantidad para saber que nada pasó conmigo, es decir, que estaba completo, que, por lo menos, al bajarme de la cama había un piso donde caminar. Y casi un siglo después de la explosión logré prender la luz.

 

En medio de la gritería y el correcorre logré salir al balconcito y mirar para abajo. Aquello parecía una película de ciencia ficción en plena callecita de la Habana Vieja. Entre el bullicio y la gente no se podía ver bien de qué se trataba todo. Decidí bajar a la carrera para saber qué era aquello. Aparté a gente desconocida... y no me preguntes de dónde salieron, cómo llegaron allí así de rápido. Eso jamás te lo podré contestar; pero estaban allí, averiguando o buscando agarrar su parte como fuera.

 

Lo cómico es que, en realidad, nadie sabía lo que estaba pasando… En medio de tal gentío y de la oscuridad reconocí dos masas más grandes de lo normal: los tres hermanitos y las siamesas, quienes tampoco podían decirme claramente qué había pasado. Tú puedes imaginar que el mudo hacía sus mímicas al sordo y que este le decía al ciego para yo enterarme... ¡por Dios! Fui a Las Siamesas para tratar de averiguar algo más concreto. La respuesta fue:

 

- ¿Tú no ves lo que está pasando?

 

- Bueno, sí...

 

- ¿Para qué pregunta entonces? ¿Usted vio algo?

 

- Yo no. Por eso pregunto.

 

- Señor, es preferible que haga como si no supiera nada, como el que no quiere saber nada y como si no intentara hacer nada… Deje esto en manos de quien debe resolverlo. Yo, en su lugar, estaría en el aire acondicionado, y tomaba alguito para conciliar el sueño.

 

Fueron para mí muy claras las palabras de Leff y Rait. Me di cuenta de que ese tipo de eventos son de ellos y entre ellos; son formas cerradas a las que no me dejan pasar y decidí irme a mi balcón.

 

Desde allí veía todo de forma muy diferente, como un tablero de ajedrez... Miraba semejantes geometrías que cayeron del cielo sin explicación alguna. Don Capricho apuntaba con sus dedos toda una coordinación de peones; Doña Esperanza, casi de rodillas, imploraba sin saber a quién o por qué… Los dos cerebros con piernas, en la esquina, calculaban todo; los otros tres individuos eran como un reloj que se mueve en su propio eje sin salir de allí; La Nena «bajaba» a no sé quién para que le dijera qué era eso, qué significaba y por qué allí… En conclusión, toda una conmoción grande por tal hecho: pedazos geométricos que cayeron del cielo.

 

Pasadas algunas horas me fui a dormir, mientras escuchaba el susurro de voces que trataban de ponerse de acuerdo. Y les aseguro que allí les agarró la aurora… Al despertar, en la mañana, lo primero que hice fue asomarme al balcón para echarme con claridad todo el play. La impresión más grande para mí fue ver semejante estrella blanca, una estrella blanca de cinco puntas, conformada por un pentágono y cinco triángulos. ¿Cómo, después de tanto murmullo que se asomaba desde lo lejos a mi sueño, habían logrado armar semejante construcción?

 

Bajé de inmediato, y quien luchaba por no dormirse de cansancio era Doña Esperanza; entre dientes me decía: «Yuma, fue duro llegar hasta aquí, eliminar culpas y vencer miedos; renovar esperanzas y aplacar egos; pero supimos descifrar el mensaje, poner juntos los pedazos y alcanzar la estrella. Cada uno a su forma, su manera y don hizo posible esto, y hasta aquí llegamos. Ya veremos mañana…»

 

Yo podía leer en las disposiciones de los cuerpos los procesos mágicos que sucedieron la noche que cayó la estrella. Los tres hermanos dejaron de ser una masa orgánica. Creo que fue aquel el primer día que no durmieron juntos, en más de 30 años. Las Siamesas por fin se miraron a la cara. Don Capricho se rindió de rodillas, derrotado y alabando. ¡Uy, esto fue fuerte! Doña Esperanza abrazaba el centro de la estrella y cubría con la expansión total de su cuerpo los cinco lados del pentágono: los primeros cinco elementos que unen, y que llegaron para desunir lo unido, a esos seres que ella trajo al mundo, que han vivido como dos totalidades complementadas, y muy en su hondo sentimiento respira la esperanza de ver a su único hijo completo, quien en su mente seguía corriendo y algún día cerrará su vuelta…

 

Miré en detalle toda la escena, cada cara, las manos, los pies, las bocas; casi una multitud de personas cubría aquella simple callecita agrietada. Vi a un joven venir de lo lejos, bañado en sudor, con su barba larga, su ropa deportiva en harapos; y casi sin poder detenerse, en un trote estático, observó las posiciones que dejó semejante batalla: una estrella blanca gigante donde las nuevas formas son inéditas estructuras para él. Pero no reconoce a sus hermanos (ciego, sordo o mudo) separados de los otros. Él nunca pudo imaginar a su padre de rodillas o a su madre posando como una Venus de cualquier maestro de la pintura clásica…

 

Sin comprender semejante sueño tan profundo, todo, como en destellos, pasaba ante sus ojos. En su trote semiestático El Corredor decidió iniciar una nueva vuelta. De eso solo supe yo, y ya pronto me tengo que ir.

 

 

Nelson González, Aruba. Diciembre de 2014

Editado por Wanda Canals, Habana. Marzo-abril 2015

 

 

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